“Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos.” (2ª Corintios 12:15).
Como la vela de la imagen, en la vida todo se termina. Aunque pensemos que esto no es así, que todo va a durar para siempre, tarde o temprano se nos irán las fuerzas, agotaremos nuestros últimos recursos y todo acabará, siempre hay un final, sea donde sea que orientemos nuestros esfuerzos, escatimemos o no nuestras fuerzas, sin importar el grado de generosidad o egoísmo, todo terminará.
¿Qué podemos hacer al respecto?
En primer lugar las Sagradas Escrituras nos invitan a tener a Dios en cuenta en nuestras vidas, a no vivir de espaldas a nuestro Creador.
“Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas:
No tengo en ellos contentamiento; antes que se oscurezca el sol, y la luz, y la luna y las estrellas, y vuelvan las nubes tras la lluvia; cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas; y las puertas de afuera se cerrarán, por lo bajo del ruido de la muela; cuando se levantará a la voz del ave, y todas las hijas del canto serán abatidas;
cuando también temerán de lo que es alto, y habrá terrores en el camino; y florecerá el almendro, y la langosta será una carga, y se perderá el apetito; porque el hombre va a su morada eterna, y los endechadores andarán alrededor por las calles; antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo; y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio”. (Eclesiastés 12:1-7).
Y en segundo lugar, a gastar nuestras vidas en una manera útil, ya que querámoslo o no, las hemos de gastar. Y que mejor manera de hacerlo que centrando nuestras vidas en Dios, amándole, sirviéndole, en todas las áreas de nuestras vidas, personal, familiar, social, laboral o cualquier otra, amando a nuestro prójimo, aquellos que nos son próximos, y no en función de nuestros afectos, sino en el de cercanía, con el amor que Dios derrama en nuestros corazones, como nos decía el apóstol Pablo en el texto que encabeza esta reflexión, con el mayor placer, no esperando nada a cambio, más que la sonrisa de beneplácito de nuestro Señor, quien nos dio ejemplo para esto en todo.
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. (Juan 13:34).
“Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. (Juan 13:15).
Es un error fatal vivir nuestras vidas centrados en nosotros mismos, en nuestro enriquecimiento personal y tantas otras cosas sin contar con Dios y manteniéndole al margen.
“Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?”. (Mateo 16:26).
Como dijo aquel soldado; ¡Ya que hemos de morir, hagámoslo por una buena causa!.
“Si un pajarillo caído con amor puse en su nido, si un acto o palabra mía llevó a un triste la alegría, si una lágrima he enjugado, si una pena he consolado, si al pobre que auxilio implora tendí alguna vez la mano, y al morir alguien me llora, yo no habré vivido en vano.” (Rodolfo Loyola)
Juan Rodríguez Mimbrero