Podemos tener muchas características personales, nos podrían calificar de tímidos, extrovertidos, impulsivos, etc. Cada persona es un mundo y se entiende perfectamente que no todos debemos ser de la misma manera. Sin embargo, hay características que deberíamos anhelar tener en común. Una de las que me gustaría mencionar es la generosidad.
Estos días en vacaciones con la familia he podido recordar un suceso de mi infancia. Cuando tenía 4 años, un calentador de agua estalló y mi hermano mayor, que en aquella época tenía apenas 13 años, me cubrió para que el agua hirviendo no me quemara entera.
Mi hermano sufrió quemaduras severas en su espalda y piernas, se plantearon la necesidad de extirpar piel de otras zonas de su cuerpo para realizar implantes en las zonas afectadas. Todo esto fue un proceso terriblemente doloroso para él, y yo, sinceramente, no llegaba a comprender la envergadura del sacrificio que él acababa de realizar por mi.
Ser generoso significa que posees una cualidad maravillosa, la de dar de lo que tienes sin esperar nada a cambio. Mi hermano era plenamente consciente de que yo no entendía lo que estaba sucediendo en ese momento. Y de que no podría agradecérselo como era debido. Sin embargo, su generosidad se manifestó en protección hacia mí.
La generosidad tiene muchas caras, en este caso revela el aspecto de la protección, pero también puede reflejarse en el perdón, en la paciencia, en el amor hacia aquellos que nunca nos podrán devolver el amor que nosotros compartimos.
Y aunque me gusta presumir de mi hermano y del precio tan elevado que su gesto de generosidad tuvo, nada se puede comparar con la muestra de generosidad que Jesús tuvo con nosotros.
Hace más de dos mil años Jesús tuvo el gesto de generosidad más elevada hacia nosotros, y el precio de su generosidad es incalculable. Sencillamente amando a personas que quizá lo ignoran, lo desprecian o sencillamente niegan su existencia, nos da una lección asombrosa de lo que es la generosidad.
Un gesto de amor incondicional. Un gesto que no espera que todos lo aceptemos ni lo entendamos. Sencillamente necesitábamos esa muestra de amor y él la entregó. El precio de la generosidad es elevado, sin duda muy elevado. Pero un gesto así también debe ser imitado y aprendido por nosotros hoy en día.
Una de las condiciones para ser generoso es que debemos dar de lo que tenemos. Quizá al mirar nuestras manos pensemos: “yo no tengo nada para dar”, o “ a mi nunca me han dado nada, no sé dar afecto”. Nunca es demasiado tarde para aprender a mostrar afecto. Nunca es demasiado tarde para aprender a ser agradecidos. Como tampoco lo es para preocuparnos por los demás. Sin esperar nada a cambio, sencillamente porque queremos reflejar un amor incondicional hacia aquellos que nos rodean.
Si siendo generosos la gente nos ha fallado; si nos ha dolido pagar el precio de ser generosos porque nadie nos lo ha agradecido; es el momento de dejar nuestro resentimiento a un lado y volver a practicar este hábito tan saludable. Dar sin esperar nada a cambio, seamos gente sencilla, dispuesta a pagar el precio de la generosidad.
Yanina de Lorenzo