¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?… Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 8:35,38-39).
Dice un refrán español que; “una cosa es predicar y otra dar trigo”. Esto en referencia al salto cualitativo que existe entre la teoría, nuestras convicciones, nuestros deseos y la realidad. Pedro, el apóstol, experimentó el vértigo que significa esta afirmación. Él estaba plenamente decidido a ir hasta el final con Jesús, y así lo confesó, pero los acontecimientos le desbordaron, como un tsunami, y pusieron en evidencia sus debilidades.
Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. (2ª Corintios 1:8)
¿Cómo nos dice el apóstol Pablo que llegó a perder la esperanza, él, el apóstol de los gentiles, el protagonista de medio Nuevo Testamento, aquel a quien todo cristiano quisiéramos medianamente parecernos?.
Job, tras su tremenda prueba, declara su pequeñez y su ignorancia. De oídas te había oído;
Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco,
Y me arrepiento en polvo y ceniza. (Job 42:5-6).
Las pruebas son, sin lugar a dudas, la herramienta más precisa que Dios usa para forjar en nosotros el carácter de Jesús. (Hebreos 12:1-11).
Las prueban nos dan una medida real de nosotros mismos, de nuestras debilidades, de lo inútil de nuestros recursos, de la necesidad ineludible de la gracia de Dios en nuestras vidas. ¡Bástate mi gracia!, fue la respuesta divina a la agónica oración de Pablo rogando ser liberado de su prueba. (2ª Corintios 12:9).
Son las pruebas, tras mostrarnos nuestra impotencia, las que nos empujan a los brazos de Dios, como única solución y refugio para nuestras vidas.
Torre fuerte es el nombre de Jehová; A él correrá el justo, y será levantado. (Proverbios 18:10)
Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte. (2ª Corintios 1:9-10).
A nadie le gusta sufrir, pero es al borde de la prueba, cuando percibimos el abismo, cuando nuestros pies pisan las aguas que nos impiden el paso, cuando el terrible olor a muerto invade nuestro entorno, es cuando puede ocurrir el milagro. Cuando Lázaro ya había sido sepultado, y Marta y María quedaron sin respuestas, cuando el terrible garfio de la duda estaba clavado en sus corazones, “si hubieras estado aquí…”, fue cuando Jesús les dijo:
…¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?. (Juan 11:40).
Las pruebas son, en resumidas cuentas, la invitación que Dios nos hace a creer en Él, a cargarnos de esperanza, ¡a ver su gloria!…
Juan Francisco Rodríguez Mimbrero