“Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. ¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? El más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: ¿quién limpiará esta sangre de nosotros? ¿Qué agua nos limpiará? ¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? ¿Debemos aparecer dignos de ella?”
Nietzsche, La gaya ciencia, sección 125
Con estas inquietantes palabras nos anuncia Nietzsche la supuesta muerte de Dios para nuestra sociedad. No anuncia una muerte biológica, sino el abandono por nuestra parte de la idea de su existencia, y del establecimiento de un sistema moral propio, basado en nuestros criterios, en nuestros intereses, aun en nuestras desviaciones. Declaramos, a la luz de esta creencia que no necesitamos de Dios, que ya somos lo suficientemente maduros para ordenar nuestra existencia, es más, que Dios ha quedado obsoleto, incapaz de responder a nuestras necesidades, que podemos poner en tela de juicio sus mandamientos, que está perdido quizás en una lejana galaxia, ajeno de nuestras vidas, que en un tiempo pasado le buscábamos en nuestra ignorancia y temores, pero ya somos autosuficientes y podemos valernos por nosotros mismos.
En realidad esto no es nada nuevo, ya en el huerto del Edén nuestros primeros padres sucumbieron a esta tentación, ellos comieron del fruto prohibido porque “querían ser como Dios”, sacudirse el yugo divino y ser sus propios dioses, los dueños de su destino. (Génesis 3:1-5).
Esta triste decisión sumió a la humanidad en la más terrible de las tragedias.
“¿Por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas vanas?. Se levantan los reyes de la tierra, y los gobernantes traman unidos contra el Señor y contra su Ungido, diciendo: ¡Rompamos sus cadenas y echemos de nosotros sus cuerdas!”. (Salmo 2:1-3).
El mismo Señor nos enseña en el capítulo 15 del evangelio de Lucas, la historia de aquel joven que decidió alejarse de la casa de su padre, independizarse, tomar sus propios caminos y obedecer sus criterios, los dictados de su razón, eso sí, fue gracias a los bienes de su padre que pudo iniciar su aventura. No pasó mucho tiempo, y todo lo que eran sueños y fantasías se trasformó en una horrible pesadilla. Afortunadamente se acordó de la casa de su padre, y retornando a ella halló el perdón y la restauración que necesitaba.
Dios goza de una excelente salud, Él no ha muerto, ni se ha debilitado, ni ha dejado de considerar nuestra existencia. Él ha estado llamando nuestra atención a lo largo de la historia y espera una respuesta por nuestra parte, de reconocimiento de su majestad, de arrepentimiento de nuestras maldades, no solo un sentimiento de tristeza por haberlas hecho, sino un cambio genuino de nuestra manera de pensar y de vivir. Él quiere restaurar nuestras vidas y sacarnos del callejón sin salida donde nos hemos metido. Jesús es su respuesta a nuestras necesidades.
“Porque en El fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen”. (Colosenses 1:16-17).
Él es el creador de todas las cosas y todas en Él subsisten. El universo existe porque Él Existe, y permanece por su voluntad y poder. Si Dios hipotéticamente hubiera muerto, nada existiría, nada, absolutamente nada.
“Porque así dice el Señor…¡Buscadme y viviréis!”. (Amós 5:4).
“Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más”. (Isaías 45:22)
Juan Rodríguez Mimbrero