Estoy tratando de crearme un hábito. Próxima mi jubilación, quiero adquirir la costumbre de dar cada mañana un paseo, con el fin de cuidar mi salud con el ejercicio, y tener un tiempo en el que reflexionar.
Pues bien, esta mañana he podido observar las vides que rodean mi pueblo, las cepas que dirían mis paisanos. Viñas en un proceso vital fantástico, que desembocará en vinos que alegrarán el paladar y la vida de aquellos que los beban.
Nada ocurre de la noche a la mañana, todo tiene su proceso mas o menos largo. Desde el frio invierno en el que las cepas aparecen desnudas, despojadas de sus sarmientos, como un arbusto infructífero y sin futuro, el milagro de la primavera, donde lo que parecía muerto renace con fuerza y esperanza, las tareas de limpieza, de malas hierbas, de sarmientos sin fruto, el despunte, el combate contra las posibles enfermedades, hasta la llegada de la ansiada cosecha, para luego volver a ser despojada de sus ramas y atravesar un nuevo invierno…
Me llama la atención que en la Biblia aparecen muchas referencias a las vides. En el evangelio de Juan, en el capítulo 15, Jesús nos habla con detalle de la vid verdadera, de que El es la vid, y nosotros los pámpanos, de que el Padre es el labrador, de la necesidad de estar unidos a El, única garantía de fruto, de dejarnos tratar por el Padre, ser podados, labrados, limpiados, curados y glorificarle con el mucho fruto producido.
“Atrapen las zorras, las zorras pequeñas que arruinan nuestros viñedos, nuestros viñedos en flor”. (Cantares 2:15)
Hermoso texto que nos habla de la necesidad de ser cuidadosos con aquellas cosas que puedan dañar nuestras vides, de arruinar la obra que el Señor quiere hacer en nuestras vidas.
“Aunque la higuera no florezca,
ni haya frutos en las vides;
aunque falle la cosecha del olivo,
y los campos no produzcan alimentos;
aunque en el aprisco no haya ovejas,
ni ganado alguno en los establos;
aun así, yo me regocijaré en el Señor,
¡me alegraré en Dios, mi libertador!” (Habacuc 3:17-18).
En este otro texto se nos invita a confiar en el Señor, en todo momento, aun en los tiempos infructíferos, porque el nunca dejará de tener cuidado de nosotros.
“Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó un viñedo. Lo cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Luego arrendó el viñedo a unos labradores y se fue de viaje. Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, mandó sus siervos a los labradores para recibir de estos lo que le correspondía. Los labradores agarraron a esos siervos; golpearon a uno, mataron a otro y apedrearon a un tercero. Después les mandó otros siervos, en mayor número que la primera vez, y también los maltrataron.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ¡A mi hijo sí lo respetarán! Pero, cuando los labradores vieron al hijo, se dijeron unos a otros: Este es el heredero. Matémoslo, para quedarnos con su herencia. Así que le echaron mano, lo arrojaron fuera del viñedo y lo mataron. Ahora bien, cuando vuelva el dueño, ¿qué hará con esos labradores? —Hará que esos malvados tengan un fin miserable —respondieron—, y arrendará el viñedo a otros labradores que le den lo que le corresponde cuando llegue el tiempo de la cosecha.” (Mateo 21:33-41).
Aquí se nos habla de la soberanía de Dios, vivimos en medio de su creación, su viña, y no podemos dejar de tenerlo en cuenta, pues sería la peor de nuestras desgracias.
Dios nos bendiga, y nos de la gracia de poder aprender.
Juan Francisco Rodríguez Mimbrero